la piel sin sentimiento

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10h21 am. La brisa sedosa y tibia meciendo las ramas del árbol, casi llamando a esa ventana marcada por las huellas de unas manos; el sol fornido y alto; y los bramidos lejanos de algunos niños en su camino hacia la piscina, celebrando, por fin, la llegada del verano. Laura abrió los ojos, todavía recordando algo que había soñado; una imagen, un recuerdo que todavía arañaba esos días su corazón frágil, quebrado. Sacudió la cabeza e inspiró fuerte; debía dejarlo atrás; debía olvidarlo.

Normalmente, cuando el dolor retornaba junto a sus sueños, Laura al despertar se abrazaba las rodillas durante algunos segundos largos. Sus dedos se aferraban con fuerza a sus brazos, como tratando de encontrar en ellos la calidez que se había perdido hace tanto tiempo. Y en aquel momento, se hacía visible a su mirada oscura y perdida, la herida. Ese surco de suturas frágiles y descosidas, que daba de nuevo la libertad a todos sus miedos, a todo su desconsuelo a aflorar libre y volver a hacer de un nuevo día, un camino trazado por un centenar de esperanzas y cristales rotos contra el suelo.

Y, sin embargo, Laura aquel día no sintió nada. Su pecho no ardía; no había lágrimas camufladas en sus pálidas mejillas. Se bajó de la cama. Y sí, se dio cuenta. Algo había cambiado. ¿Acaso estaba curada? ¿Lo había superado? Caminó hacia la ventana y posó sus dedos sobre aquel marco rasgado. Y fue raro. ¿Cómo explicarlo? Fue como si sus manos hubiesen rozado el aire más que aquella cristalera vieja; no notaron el tacto. Era como si no hubiesen rozado nada. Y Laura no entendió qué estaba pasando. Y pronto, se llevó las manos al latido de su corazón asustado. Y no sintió el ardor de su piel morena, ni siquiera se dio cuenta de cómo la brisa ahora, recia, amenazaba a su rizada melena.

Se sentó sobre una silla de madera vencida, y suspiró durante un momento. Era verdad. Sus pies no sentían la frialdad del suelo; sus manos no lograban encontrar la sensibilidad de su fino y agraciado cuerpo. Y entonces lo supo; supo por qué su piel se había vuelto ciega al tacto ajeno. E incluso al suyo propio. Y se retorció los dedos. Y sollozó sobre el suelo. Había apagado sus sentimientos. Había querido dejar a un lado por un tiempo, todo su dolor, todos sus miedos. Pero toda acción tiene sus consecuencias, decían. Y le dieron igual, los avisos en sus sueños. Hizo invisible su aflicción, su pena e incluso, todos sus deseos. Laura se había convertido sólo en piel y huesos. Y lloró y lloró, por no haberse enfrentado a sus sentimientos. Y lloró aun más al no sentir como sus puños golpeaban el suelo; como su corazón en vez de arder en el fuego, se contaminaba de la apacibilidad del silencio.

Foto y texto 2014 © Paula Méndez Orbe

3 pensamientos en “la piel sin sentimiento

  1. ¡Muy bonito…! Es tan alta y tan grande la carga de sentimiento que me pareció, por un momento, ser yo el que no está sintiendo, el que había apagado su sentimiento… ¡Precioso, como siempre! Es de un dulzor que me acuna con una sonrisa mientras me duerme.
    La foto me gusta, es sugerente…

    Un abrazo.

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