18h32.
Se escapa
un latido.
Tormenta
de alaridos.
Me
aprieto,
me
abrazo
el cuerpo.
El aire
duele.
El frío
araña
mis sentidos.
Ya no sé
hacia
dónde
orientar
mis pasos.
Siento que
me rindo.
Me caigo, Seguir leyendo
18h32.
Se escapa
un latido.
Tormenta
de alaridos.
Me
aprieto,
me
abrazo
el cuerpo.
El aire
duele.
El frío
araña
mis sentidos.
Ya no sé
hacia
dónde
orientar
mis pasos.
Siento que
me rindo.
Me caigo, Seguir leyendo
(https://paulamendezorbe.wordpress.com/2014/08/08/el-infinito-no-existe/)
– Ey, tú, la chica de los lunares dormidos – te miro. Te ríes. Me río – ¿estás ahí? – tu dedo índice se resbala por mi nariz y todos mis pensamientos perdidos.
Asiento con la cabeza y trepo hasta la almohada. Sé que sigues mirándome, pero hago como si no me enterara. Pestañeo. Me revuelvo el pelo. Abrazo mis rodillas. Y… No. Todavía no he logrado perder la atención de esa mirada de ensueño.
– ¿Qué? – Me muerdo el labio. La verdad es que no te entiendo. Pero… No me importa. No me importa porque tus ojos y los míos siempre hablarán el mismo idioma.
– Tienes la cara de los misterios… – murmuras. Sonríes. Y sólo por un momento, Seguir leyendo
10h21 am. La brisa sedosa y tibia meciendo las ramas del árbol, casi llamando a esa ventana marcada por las huellas de unas manos; el sol fornido y alto; y los bramidos lejanos de algunos niños en su camino hacia la piscina, celebrando, por fin, la llegada del verano. Laura abrió los ojos, todavía recordando algo que había soñado; una imagen, un recuerdo que todavía arañaba esos días su corazón frágil, quebrado. Sacudió la cabeza e inspiró fuerte; debía dejarlo atrás; debía olvidarlo.
Normalmente, cuando el dolor retornaba junto a sus sueños, Laura al despertar se abrazaba las rodillas durante algunos segundos largos. Sus dedos se aferraban con fuerza a sus brazos, como tratando de encontrar en ellos la calidez que se había perdido hace tanto tiempo. Y en aquel momento, se hacía visible a su mirada oscura y perdida, la herida. Ese surco de suturas frágiles y descosidas, que daba de nuevo la libertad a todos sus miedos, a todo su desconsuelo a aflorar libre y volver a hacer de un nuevo día, un camino trazado por un centenar de esperanzas y cristales rotos contra el suelo.
Y, sin embargo, Seguir leyendo
El sol de mediodía, y tú y yo en esta carretera todavía empapada de esas historias del pasado. Conduzco deprisa, sin poder dejar de mirar cómo tu pelo se mece en la brisa veraniega que ya abraza tus pestañas de ensueño. Tienes los ojos cerrados, y tus pensamientos enredados en todas esas nubes que aun entristecen tu rostro. Y aunque no quieres enseñármelas, no puedo reparar en todas las lágrimas que descienden ya por tus mejillas, ocultando entre esas diminutas pequitas, el dolor que ya te desgarra por dentro. Tus manos se aferran con fuerza a tu cuerpo, como queriendo reforzar la calidez que parece perderse en todos los recuerdos. En todo lo que te da miedo. Y quiero abrazarte. Quiero decirte que todo irá bien, que la vida sigue y todo lo que necesites llegará pronto. Que eres grande aunque te sientas pequeña, y que jamás debes abandonarte así al sufrimiento. Y que te quiero. Que te quiero y vendería el mundo entero, con tal de que tú encontrases la paz que perdiste hace tiempo. Pero todavía no lo hago. Ahora agarro con fuerza tu mano, buscando esa mirada de ojos castaños, para asegurarte con los míos que siempre estaré contigo. Pase lo que pase, tú y yo siempre nos encontraremos en esta carretera infinita, juntas, en busca de todos nuestros sueños.
Foto y texto 2014 @ Paula Méndez Orbe