olvidar en invierno

460332

18h32.

Se escapa

un latido.

Tormenta

de alaridos.

Me

aprieto,

me

abrazo

el cuerpo.

El aire

duele.

El frío

araña

mis sentidos.


Ya no sé

hacia

dónde

orientar

mis pasos.

Siento que

me rindo.

Me caigo,  Seguir leyendo

siempre.

Hay días en los que se permiten las lágrimas. Días en los que la piel se estremece, y se anuda en nuestros corazones ingenuos una sensación volátil, extraña. ¿Y sabes…? Llevo demasiado tiempo evitándola. Creo que intenté enterrar bajo mi cuerpo todo el miedo, toda la tristeza que me produce que te vayas. Y escondí mis heridas entre suturas inestables y el paso de los días. Y el dolor se abrazó al olvido, y a todas las cosas que hacían posibles seguir adelante. Todavía me siento incapaz de enfrentarme a esta página en blanco; de afrontar que esto te lo dedico esto a ti, Mandru, porque eres tú la que se marcha; de que se me van esos paseos tardíos de inviernos que no son inviernos y veranos que no parecen llegar nunca; y esa mirada tímida y castaña que sabe entenderme aunque no haya dicho nada. Cotilleos, tintes para el pelo y bufandas. Y todas esas fotos en el fotomatón completamente inesperadas. Voy a odiar no compartir odios contigo; que me llames ‘tronchón mío’, y que eso me recuerde a esas clases de francés en las que nos gustaba darle un significado nuevo a todas esas palabras tan raras. Acordarme del callejón diagon y de todas esas canciones del Nirvana. Y de como me apretaste la mano cuando me hice mi primer tatuaje. Seguir leyendo

De direcciones cruzadas y heridas abiertas

cris5

19h37. Andén 11 y un centenar de cuerpos aglomerándose entorno al mío. Anochece. Y tiemblan todas mis ideas bajo estas nubes de lluvia y desaliento. Septiembre ha vuelto a abrazar nuestros cuerpos distantes. Extraños. Y a despertar en nuestras pieles el frío que me recuerda cada noche que ya no estamos juntos. Que nunca más volverán nuestras voces a encontrarse bajo las sábanas en el susurro. Que tú y yo no somos más que el ayer enterrado, dormido, bajo todas esas palabras que el viento poco a poco se lleva. ¿Pero sabes qué? Seguir leyendo

la ciudad del cuento V

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(https://paulamendezorbe.wordpress.com/2014/06/17/la-ciudad-del-cuento-iv/)

Sobresaltado, abrió los ojos, y se levantó de la cama. Casi sin quererlo miró la hora. Pensaba que la espera sería mucho más larga, pues sólo quedaban cuarenta minutos. Cuarenta minutos de trece días que llevaba esperando. «Ya no queda nada» se decía a sí mismo para tranquilizarse. Preparó las agujas y las pastillitas de colores, dejándolas en la mesilla de noche, apartando todas las botellas de cristal y los papeles arrugados que había encima y arrojándolos al suelo.

Treinta minutos. Se dio una ducha, se afeitó la barba, y se cambió de ropa. Trece minutos. Estaba demasiado nervioso. Intentó permanecer sentado en la cama durante esos trece minutos restantes. Notó como su respiración se aceleraba y como sus piernas comenzaban a temblar. Algo que siempre había odiado, pero nunca había podido evitar.

De pronto, llamaron a la puerta. El corazón le dio un vuelco. Seguir leyendo

la porcelana se rompe

 

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A veces me pregunto dónde van los corazones rotos cuando pierden su camino. No sé. Es fácil imaginárselos siendo consumidos por una enredadera de eternas soledades, que oscurece poco a poco todas sus ilusiones restantes hasta hacerlas quebrar para siempre. Como la porcelana al romperse contra el suelo, su tristeza sería igual de bella. Pero se ahogaría en un horizonte sin fin que le haría replantearse su existencia. Y me imagino ese latido. Efímero. Inquietante. No importa cuánto dolor oprima el pecho. Ni cuánto más se aferre a él esa enredadera aplastante. Los corazones siguen latiendo. ¿No? ¿Aunque por cuánto tiempo? No lo sé. Seguir leyendo

no puedo decirte adiós

Son todos esos instantes los que no me dejan dormir. Los que me encierran en esta cama de sueños perdidos y cristales rotos. Miro por la ventana, e intento perder mis ojos en ese constante mecimiento de las hojas de los árboles, en una brisa fría e inquieta, que anuncia el final del verano. Todavía no ha terminado y ya echo de menos todos esos tejados. Tú y yo a orillas del cielo, columpiándonos entre esa línea fina que acariciaban nuestras manos, juntas, determinando si crear algo más que un pasado. Sí… Seguir leyendo